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La gran mentira

  • lorenagarciacoach
  • 5 nov 2022
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 26 feb 2023

Entornos controlados. Nacemos bajo el cuidado y mimo de los padres, cuando llegamos a la edad de siete años ya somos casi autosuficientes, son los siete años los que marcan el fin de la etapa de aprender las cosas básicas de la vida. Algunos estudios científicos sobre niños y niñas criados sin normas o apartados de la sociedad dicen que sí no has aprendido a hablar con siente años, las dificultades para aprender son considerables. A esta edad ya somos conscientes de las reglas y normas que marca la sociedad de lo que se espera de nosotros, aquello que está bien y que está mal.

Aprendemos a cómo debemos comportarnos, cómo hablar, qué pensar y cómo presentarnos al mundo. Se sientan las bases del programa de pensamiento que debemos ejecutar para una vida "sana".

Nos enfrentamos, al menos así lo sentimos, a un continuo examen social cada segundo de nuestras vidas.

En el colegio, estos exámenes son reales, son académicos, también nos enfrentamos a los sociales, para los que tenemos resultados como el llamado Bulling. Encajar se vuelve importante. Empezamos a darnos cuanta de que aquella infancia en la que todo era posible ya no existe, se esfumó.

Ser o sentirnos aceptados es lo más importante en estos pequeños nichos escolares. También hay que sacar buenas notas y ser educado según la norma social que rija.

Los preadolescentes se encuentran, entonces, en una tierra de nadie, solos, enfrentándose por primera vez a una hostilidad social para la que no tienen armas y se tiende al retraimiento.

La sensación de pérdida de control o sencillamente la de estar, como pez fuera del agua se vuelve constante, generando una gran ansiedad y preocupación. Aprendemos pues, a valorar, a ponderar las situaciones según lo aprendido, sea este aprendizaje positivo o negativo. Incluso generamos el hábito de intentar averiguar lo que los otros piensan o van a pensar de lo que diremos o haremos, consiguiendo la mayoría de las veces poner en último lugar lo que sentimos, pensamos y somos realmente.

¿Quién soy? Esa es la gran pregunta de cada adulto se hace.

¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy?

Aquél que éramos en nuestra más temprana edad quedó escondido en una pequeña y oscura habitación bajo llave. Sigue ahí, pero no le podemos ver, quedó en el olvido.

Ya hemos aprendido todo lo que el sistema quiere de nosotros. Hemos vivido una vida inconsciente, centrando nuestra mente y energía en un futuro incierto, fuera del momento presente, tomando, en ocasiones, muy malas decisiones. Así lo creemos al menos.

Con lo que mi vida, no es hoy mi vida. Mi vida fue ayer en aquello que ocurrió o será mañana cuando lo que más deseo ocurra. Vivimos entre el arrepentimiento y la expectativa en un halo de ensueño alejado de la vida real.

Finalmente el sistema socioeconómico occidental, establecido fuertemente, ha ganado su primera y gran batalla. Es ahora que adaptamos y adoptamos costumbres orientales como la meditación, que nos permiten florecer a un atisbo de felicidad, en el que, al principio no nos sentimos cómodos.

Sí observamos nuestro mundo desde arriba (Imagina ver el mundo como sí estuvieras sentado desde una nube, viendo desde la distancia su estructura, las relaciones, las personas y sus actos y motivaciones, sus vidas reales y sus vidas sociales) Podríamos concluir que en este vistazo desde arriba, nos vemos representamos un papel, comprobando que muy pocos actúan con naturalidad y desde la seguridad de saber quienes son. Veríamos como es muy importante sentirse más o mejor aunque en privado las dudas e inseguridades sean el alimento que nos mantiene a dieta de la plenitud de ser felices.

Aquella inseguridad del colegio, de encajar, de ser lo que se espera de mi, sigue patente dentro de cada uno de nosotros sin que hayamos aún averiguado a quién exactamente debemos satisfacer.

Y en cada uno de aquellos que observamos, desde arriba, en esa nube y por ende seguramente en ti, puedes ver una falta, casi ausencia, de conexión con el mudo real, con la vida en sí misma.

Esta falsa realidad, esta insatisfactoria vida irreal, es sólo la careta que aprendimos a llevar.

Vivimos por primera vez en la historia de la humanidad, la búsqueda del crecimiento personal.

Podemos aprender a conectar con la verdadera realidad. Aprender a reconocernos y entrenar la capacidad de que ser, estar y hacer sólo es posible en el ahora. Y que del espacio presente sólo puede desprenderse la verdad.

En otras décadas o siglos, se buscó el desarrollo social, la construcción de ciudades y estructuras más estables y firmes, la creación de industrias, inventos que hagan la vida fácil, el coche, avión o teléfono y el desarrollo económico. En nuestra era, los años del bienestar, el hombre ya no necesita correr hacia nada, ya tiene todo y la máquina del desarrollo ya nos ofrece pocas emociones. Ahora, teniendo todo, somos conscientes de que nos falta algo esencial, conocernos a nosotros mismos.

Comenzar este camino es tan sencillo como permitirse parar y observar con atención al detalle el momento presente. Puedes comenzar dándote cuenta de tu respiración, cuidando de una planta con esmero o disfrutar de una puesta de solo o de la bravía del mar durante un temporal.

Para ahora y da gracias por lo que te rodea y ocurre ahora aunque lo que ocurre ahora sea, aparentemente, malo.


Recuerda que todo es temporal y nada es permanente y que está permitido cambiar de rumbo.






 
 
 

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