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El espejo

  • lorenagarciacoach
  • 29 ene 2023
  • 4 Min. de lectura



Cabía pensar que aquel hombre habría tenido una mala vida o algo trágico le habría pasado. Su postura era encorvada como la de un bastón, largas sus piernas y grandes sus pies. Su silueta dibujaba una figura frágil que parecía quebrarse como el cristal en cada paso que daba. Sin embargo su ancha espalda y aquellos brazos fuertes parecían poder abarcar el mundo entero.

Era un vecino respetable en el barrio, básicamente por su mal humor, de niños le teníamos miedo y siempre se quedaba con nuestras pelotas, creo que nadie, nunca, pudo recuperar una sola de aquellas bolas de aire que maltratábamos en el patio vecinal a la hora de la siesta.

Mascullaba palabras incomprensibles cuando pasaba al lado de niños jugando, señoras charlando vivamente en corro, perros, bebés, parejas y chavales comiendo pipas en la plaza. Parecía que el mundo en sí le molestaba.

Un enigma, decían los vecinos, se sabía poco de él y eso era mucho decir tratándose de un pueblo de menos de mil habitantes. Y lo cierto es que sí te parabas a pensar no podías en realidad saber cuánto tiempo hacía que vivía allí o cuántos años contaba aquel malhumorado ser.

Roja su nariz por su único vicio conocido, el vino. Su cara reflejaba una tez curtida, amplia mandíbula y abundante pelo cano. Trataba uno de no verse en la situación de tener que mirarle a aquellos ojos profundos de azul claro que parecían hipnotizarte.

En aquellos tiempos era raro ver a un hombre entrado en la vejez vivir solo sin la ayuda de una mujer, es más, era muy habitual que los hombres viudos se volvieran a casar para tener quien llevara la casa e hiciera la comida. Los domingos tras la misa, las feligresas que agrupaban en corrillos en la terraza del bar de la plaza mayor y conjeturaban en murmullos los posibles pasados de aquel vecino al que parecía arriesgado acercarse y que llevaba aquella solitaria vida. En ocasiones se comentaba lo buen mozo que habría sido en sus tiempos ó a que profesiones exóticas se podría haber dedicado.

Lo cierto en todo esto es que aquel ser incomprendido estaba todo el día de mal, humor, todo el día protestando y quejándose simplemente por que el sol saliera un día más. Para nosotros, niños en aquellos años resultaba muy divertido y a escondidas de los mayores, le molestábamos todo lo que podíamos no sin salir corriendo acto seguido como alma que lleva el diablo.

Se llamaba Esteban Panyagua y debía rondar los setenta años, llevaba en el pueblo casi toda la vida a pesar de ser el menos conocido y haber pasado casi desapercibido. De joven había sido un hombre guapo y atractivo, de cuerpo atlético, las mozas del pueblo se lo rifaban hasta que se fue al ejercito destinado a la más lejana provincia española El Sahara.

Dos años de servicio militar lejos de casa le curtieron y aprendió en oficio de cocinero. Buscando recursos para dar de comer a su regimiento la conoció. Ella trabajaba en el bazar de su padre y este le permitió enseñar al español la cocina típica de su pueblo siempre que él comprar mucho más en su humilde negocio.

Entre fogones y especias, ñames y salazones se acercaron tanto que se quemaron .

El desenlace fue fatal Fátima estaba ya comprometida con otro al que no conocía pero para el que estaba destinada y aquello terminó en tragedia.

Estaban se licenció antes de tiempo y se embarcó como cocinero en el primer barco con destino a Canarias, luego destino a Argentina, Asia, India, Turquía. En pocos años había recorrido el mundo sin apenas bajarse de un barco, por lejos que fuera no dejaba atrás la culpa. Cómo hobbies el ron y las peleas.

No encontró consuelo en el mundo ni lugar donde reposar la pesada carga de la muerte de su amada Fátima. Y su enfado creció y creció hasta que le invadió y ya no volvió a ser el mismo chaval de ojos alegres y brazos abiertos que sólo quería amar.

Las malas experiencias se reflejaban en cada tatuaje borroso de su cansado y viejo cuerpo, malos sueños que le acompañaban cada noche como el barquero te acompaña a cruzar el Aqueronte, que no es otro que otro amanecer. Invitación a vivir otro día en una lucha contra el mundo de lo que no debe ser.

El pueblo al menos le ofrecía rutina y su lucha era en el mejor de los casos la misma cada día y a pesar de su pátina triste y malhumorada se sentía cómodo.

Se murió un domingo y se sabe porque fue el único que faltó a misa. En la homilía en párroco dedico estás palabras en su honor.


Es la vida caprichosa y es el hombre orgulloso. Esta juega con nosotros y nos muestra el camino de nuestra propia verdad, es el hombre orgulloso de su poder para hacer que las cosas pasen que se revela y lucha contracorriente y le dice a la vida NO, así no.

Somos pues, tan poderosos que olvidamos que la más grande de las virtudes, de la cuál disponemos ,es la llave y clave para todo en vida y sin embargo hacemos poco uso de ella.

Esteban llevo su carga, una culpa eterna que no era suya y de la que no se pudo librar. Olvidó que el amor es también humildad y que el orgullo no te abre camino al perdón.

Su vida fue pues su propio reflejo, allí dónde iba encontraba la misma tristeza, ira y rabia que portaba consigo.

Vivió dos guerras pero solo luchó una, la suya.

Recuerda que tu historia no te define y que ha la vida no es ayer ni mañana. La vida pasa hoy.

Recuerda que la humildad es la llave y clave para todo el vida.





 
 
 

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