ALEX
- lorenagarciacoach
- 5 nov 2022
- 12 Min. de lectura

Aquella era una zona verde, de grandes campos y frondosos bosques. La naturaleza en aquel lugar era majestuosa, los pinos rozaban el cielo y las praderas se extendían más allá del horizonte. En aquel maravilloso paraje bajo un roble centenario vivía Alex.
Alex había estado siempre allí, de hecho no sabía que había más allá de la vieja cerca de madera que dividía lo conocido de lo que parecía ser una extensión de tierra tan fascinante como peligrosa y agotadoramente enorme.
Alex se levantaba temprano, cada día era exactamente igual al anterior. Le gustaba su rutina y conocer que era lo que le deparaba cada día.
Era sabido de su eficiencia y constancia y por ello se le respetaba en toda la comarca. Le hacia sentirse bien su sabida fama de leal y fiable en las tareas que se el encomendaban. Alex era además un ser sencillo que aceptaba las cosas tal y como se le presentaban, sin grandes frustraciones por que debía ser o no ser.
Su hogar, pequeño y ordenado tenía siempre todo en su sitio, aunque sentía, a veces, que su vida era una pesada carga, era como sí tuviera que llevar una pesada carga. Era como su tuviera que cargar con todo su pasado y presente a cuestas y esto en ocasiones le hacia sentirse muy triste.
La comarca era un pequeño universo de gran abundancia en el que casi todos vivían en armonía y dónde era habitual recibir genes de paso.
Cada día era una fiesta para los habitantes de aquel pequeño paraíso, que era el realidad todo lo que Alex conocía y sólo un pequeño oasis que los viandantes del basto mundo.
Toda aquella vida transcurría, en ocasiones, o más bien casi siempre, demasiado rápido para Alex. Parecía como sí nunca llegara a tiempo a lo que otros disfrutaban, reían o comentaban, sentía que iba una milla por detrás; y lo cierto es que esto no le hacía un ser social y estaba lejos de ser popular.
Concluía que ciertamente era muy eficiente, leal, con fama de leal y de un alto compromiso con las tareas pero lejos de ahí sentía que nadie quería una verdadera amistad.
No sabía porqué sus vecinos parecían siempre hacer luz de gas, al menos que no fueran necesarias sus excelentes habilidades laborales, era así que no tenía amigos con los que pudiera contar, en la mayoría de las ocasiones veía su entorno desde la barrera. La gente parecía saber todo y sin embargo, Alex sentía que o sabía nada de casi nada, empezando por su propia persona.
Él no sabría decir sí se sentía una persona mayor o joven, podía depender del día. Sabía que le gustaba el orden y que todo lo que fuera desconocido de provocaba ansiedad, por eso no entendía a los viajeros que cruzaban la comarca y que parecían estar en constante viaje por el mundo.
Se preguntaba ¿Qué podría haber más allá que no hubiera allí mismo?
Los vecinos de la comarca lo veían como un bicho raro, no lo había pensado demasiado, pero quizás no era una ser atractivo, no era un sentimiento que hubiese experimentado por nadie y tampoco nadie por el. No le invitaban a fiestas y cuando iba, lo mejor ya había pasado. Se quedaba en una esquina mirando lo que pasaba a su alrededor como sí su universo y el resto del mundo orbitaran en sentido contrario.
Le costaba abrirse, sabía que eso no le ayudaba a hacer amigos, pero en su casa, su pequeño hogar todo estaba en orden y se sentía protegido. Se escondía en su pequeño rincón y se sentía a salvo de todo.
La mejor época del año era el verano, estos meses eran los mejores, los que más gustaban a Alex. Le encantaba el calor y tenía más horas de sol para trabajar. Trabajar era lo que más le gustaba, se sentía reconocido y además era la época en la que más visitantes llegaban a la comarca. Pensaba que a más gentes llegaban de paso, más posibilidades tenia de encontrar un alma afín. No había perdido la esperanza de encontrar a alguien igual a su persona.
La comarca se preparaba para celebrar el solsticio de verano, es una gran fiesta en la que todo el mundo participa y que llama a gentes de otras comarcas o visitantes lejanos a pasarse por allí para disfrutar de aquella noche magnífica.
Alex salió de su casa como lo hacía cada día, no le encontraba sentido a decorarse o acicalarse, como lo hacían otros para estas ocasiones, a fin de exhibirse, cuando al final uno era lo que era y cualquier cosa que pudiera hacer no haría a sus vecinos cambiar la opinión que tenían sobre él.
Cuando llegó al claro que había camino de la fiesta, miró hacia arriba y descubrió que aquella noche tenía algo distinto, pues la luz que irradiaba la luna aquella noche tenía un halo casi mágico, un tanto misterioso.
Cuando llego al centro de de la comunidad ya estaba allí todo el pueblo reunido celebrando aquella noche tan importante para todos los que allí vivían.
Las azarosas arañas habían decorado el claro con sus magnificas telas tejidas con esmero con sus mejores sedas y las luciérnagas colgaban y jugueteaban con ellas para apreciar e iluminar la fiesta desde arriba. Se sorprendió al pensar lo bonito que se vería todo desde allí arriba y como sería tener su propia luz, o quizás tener la habilidad de trabajar tan rápido como sus vecinas las arañas.
Las hormigas ofrecían las viandas que cuidadosamente habían reservado para el invierno y que ahora podían compartir. A Alex le encantaban las hojas de hierbabuena y que raramente disfrutaba por estar demasiado lejos y altas para que lo que Alex se podía permitir para un día de colecta y llenado de despensa. Además, le gustaban tanto que cuando se decidía a ir, se las comía antes de llegar a casa, no lo podía evitar y lo cierto es que su apetito era insaciable, a veces pensaba que después de un atracón de hierbas frescas no lograría entrar en su propia casa.
Las cigarras montaban sus pequeños casinos y juegos de azar ellas sí sabían como disfrutar de la vida, Alex no podía sino sentir envidia de aquellas vecinas que sabían como vivir el momento presente y parecían ser tan felices y despreocupadas siempre.
Unas mariquitas se cruzaron a su paso mientras hablaban muy indignadas sobre los visitantes que estaban llegando y opinaban deberían exigir una correcta vestimenta. Al fin y al cabo ellas no se podían permitir dejarse ver con cualquiera. Alex creía que eran superficiales y estúpidas, pero algo dentro se removía, su belleza y libertad le insultaban en cierto modo le molestaban. Alex también quería tener alas y sentirse libre, tener la admiración de todos por llevar aquellos bellos colores. Así que bajo la cabeza ante sus vecinas, por que aquello era imposible, nunca tendría alas y no podría volar y descubrir nuevos lugares y deslumbrar con su belleza y sintió que el mundo era mucho más grande y fuerte y que quizás no merecía nada más.
A medida que se iba cruzando con sus vecinos, se iba notando cada vez más triste y furioso, todos parecían a la perfección y sentía que no tenía mucho sentido haber salido de casa.
La fiesta apenas había comenzado y Alex ya había encontrado su esquina al borde del claro, desde aquella posición podía observar la felicidad de los otros mientras su frustración iba en aumento.
El ruido de la fiesta se oída con distancia pero Alex podía oír nítidamente las risas y ver a todos con gran nitidez, estaba tan enfocado en ver y oír y sus pensamiento negativos que no se percató la llegada de algo más a la fiesta.
A su espalda notó las ramas moverse como sí algo grande estuviera justo a su espalda. Se quedó en shock, sintió un estremecimiento y pensó que desde allí no podría pedir ayuda sí algo iba mal. Acto seguido recordó que seguramente tampoco a nadie le importaría, le echarían de menos cuando le necesitasen por sus habilidades profesionales unos cuantos días después. No le quedó otra opción, debía averiguar que ocurría a su espalda así que lentamente comenzó a girarse, no sin luchar contra el miedo.
El ruido tras el claro persistía y notaba como la suave brisa de aquella noche de verano se agitaba ante lo que parecía debía ser el propio infierno abriéndose a sus espaldas. Qué no podía esperar un ser tan despreciable sino un final trágico a la altura de su historia y triste vida
Cuándo consiguió tener el valor de girarse del todo para ver lo que ocurría, se le heló la sangre. Sólo consiguió ver dos enormes ojos amarillos mirándole con deseo de caza y mucha hambre. Aquel bicho, fuera lo que fuera estaba deseando comenzar el banquete de la fiesta con Alex como aperitivo.
La gigante criatura salió de entre las sombras valorando sí comerse a Alex u tratando de averiguar que tipo de criatura tenía ante sí.
Mientras Alex retrocedía tímidamente, en silencio y tratando de no mostrar su terror, la criatura preguntó. ¿Qué eres tú? - Me llamo Athenea y que causas mucha curiosidad.
Me llamo Alex dijo con el pequeño hilo de voz que el nudo de su garganta le permitió.
Pero a la enorme criatura no le quedó clara, no era la respuesta que esperaba y reiteró su consulta ¿Pero qué eres?
Athenea era una bella búho, de hermoso plumaje, gran envergadura e insondable sabiduría. Ella había viajado por cada rincón del mundo, conocía el día y la noche y a casi todas las criaturas de la tierra. Algunos esperaban su visita para pedirle consejo y se sabía que su presencia era síntoma de buenas nuevas pues se decía que ella atesoraba todo el saber del mundo.
Al encontrarse con Alex, lo primero que pensó era que en un delicioso aperitivo después del largo viaje.
Pero tras observar un momento se dio cuenta de que no podría definir a aquella criatura.
¿Qué eres ? Insistió Athenea.
Soy Alex, soy un caracol, el único de la comarca.
Athenea guardó silencio un momento y volvió a preguntar, algo definitivamente no encajaba.
¿Sí eres un caracol, dónde está tu casa?
Alex no podía creer que un ser tan grande fuera tan estúpido, qué clase de pregunta era aquella.
No la he traído, siento que cada vez es más incómoda, es pequeña pero pesa mucho.
La situación era incómoda, el silencio se podía cortar, sólo se oían las risas y charlas de las gentes festejando la llegada del verano.
Con una respiración profunda, la gran búho comenzó a hablar.
Creo que no eres un caracol, debes estar en un error. Los caracoles siempre llevan su casa a cuestas, no es posible para ellos dejar su casa atrás. Sin embargo, por tu comportamiento sí que podrías parecer un caracol, quizás un gusano, pero repito no lo eres, pequeño amigo.
Alex, paso del miedo a la furia, aquello era algo inusual para su persona, se consideraba de carácter comedido y tranquilo, pero en aquel momento no comprendía como alguien que parecía tan estúpido podía decir algo así y creer que era algo que, claramente, no era.
Aquello era una locura! Además ¿Quién se creía esa criatura presuntuosa para opinar sobre quien era o no era?
Así que, con la rabia a flor de piel se enfrentó al búho con un ímpetu y energía nunca antes experimentados y le gritó todo lo alto que pudo. Claro que soy un caracol, ¿Es que acaso no has visto uno antes?
Athenea rompió a reír de forma tan jocosa que sin quererlo ofendió a Alex profundamente haciendo que se sintiera una ínfima parte del mundo que le rodeaba y cambio su estado de ánimo con la prontitud de quien conoce cuál es su lugar en el mundo.
La hermosa búho Athenea desplegó sus alas para consolar y acoger a Alex y así poder disculparse por aquella risa que no había podido evitar.
Lo siento, le dijo. La verdad es que me encanta cenar caracoles, pero siento decirte que no eres un caracol. Y por mucho que te empeñes no puedes ser algo que no eres, igual que yo no soy un delfín.
Pero dime, continuó Athenea. ¿Quién te ha dicho que eres un caracol?
Alex reflexionó un momento sobre aquella cuestión y se dio cuenta de que nunca se había planteado ser otra cosa que aquello que el resto dio por supuesto que era.
Así que le explicó, como le fue posible su historia.
Desde la infancia me han dicho que soy lento, que siempre llego tarde a todo, he de salir siempre antes que los demás, me dicen cosas como que no soy de este mundo y soy muy distinto a todos los demás. Me cuesta mucho hacer bien lo que que bien hago. Es por esto que vivo a parte, en mi pequeña casa de caracol y salir sólo para hacer las cosas que hace un caracol. Así que ¿Qué otra cosa puedo ser que no sea un caracol?
La bella Athenea cedió espacio a Alex y se quedo en silencio a fin de que aquellas palabras que había utilizado para describirse resonara en su cabeza y tuviera oportunidad de reflexionar sobre ellas.
Tras un momento se acercó y le pidió permiso para mostrarle algo que estaba más alejado del claro de la fiesta y bajo su cabeza indicando a Alex que podía subirse sobre sus coloridas plumas.
Alex accedió a la invitación, lo pero que le podía ocurrir era la muerta en aquel punto de su vida en el que de repente no sabía quién o qué era, no parecía una mala idea. De repente no tenia nada que perder.
Athenea se impulsó y en segundos estaban sobre un gran fresno en el punto más alto del claro. Desde ahí arriba se veía absolutamente todo.
Se podía observar más allá del horizonte conocido, aquella cerca de madera que limitaba la comarca y sí miraba hacia abajo apenas se distinguían las gentes que disfrutaban de la fiesta. Desde allí todo era pequeño y grande a la vez.
¿Por qué me has traído aquí? pregunto Alex. Esto es peligroso para mi no tengo alas para volar en caso de caer.
No te preocupes por tus alas, sólo observa que lo que es pequeño desde el suelo es grande desde aquí y lo grande desde el suelo es pequeño desde aquí. Luego, no importa qué tamaño tienes o qué o quién los demás creen que eres, importa la perspectiva desde dónde se ven las cosas.
Así que Alex observó como lo grande es pequeño y lo pequeño es grande y pensó que sí en realidad sería cierto que no era un caracol. Y así con aquellas vistas y aquellos pensamientos se durmió, con la placidez que da la paz, en lo alto de un freso sobre las plumas de un búho al que no conocía.
Al alba despertó y vio por primera vez un amanecer, al ver la luz del sol salir tras las montañas con colores que nunca imaginó sintió que la vida era inmensa y en su pecho una emoción de plenitud se hacía más grande. Aquella emoción le llevo a pensar que quizás era cierto y era algo más que un caracol, o quizás algo completamente distinto.
La duda le invadió y el miedo volvió como quien vuelve a casa. Cómo podría averiguar el camino a seguir, quién le daría las respuestas. Al fin y al cabo solo sabía ser caracol, cómo podría dar el siguiente paso a ser otras cosa.
El mundo tan bello que acababa de descubrir pareció quebrarse sobre su cabeza. Dudas y más dudas le invadieron y el temor del rechazo era más fuerte que él. Pensaba que le terminarían repudiando del todo, al fin y al cabo tampoco tenía ni idea de lo que le pasaba ni de quién era, tampoco sería capaz de explicarlo.
Estaba tan lejos del momento presente, sólo en su cabeza, repasando en sus conversaciones internas, que no se dio cuenta que Athenea le observaba con atención cómo si entendiera todo lo que por su mente estaba pasando.
Levantó la cabeza y entre miedo y esperanza le dijo a su nueva amiga. ¿Y ahora qué?
Ahora para, le dijo ella. Para y sé un caracol, tómate tu tiempo para descubrirte, para y reflexiona sobre tus sueños y deseos, aprovecha el verano para explorar y observar. Disfruta de estar en silencio y observar y con el saber de que hay mucho más tanto dentro como fuera, como arriba como abajo, sólo sé.
Así pasó el verano, Alex acudió a cada fiesta todo lo que en su interior cambió también cambio fuera, y todo lo que el verano cambio también cambió su interior.
Nadie se acercó, tampoco hizo nuevas amistades, sus vecinos sólo notaron que Alex estaba en paz.
Comenzó a explorar lo que las horas del sol le permitían tras sus habituales trabajos y trató de no pensar en nada que ya hubiera aprendido, sólo se permitió estar presente y disfrutar de lo que aquellos paseos le enseñaban, la belleza de una flor, un nuevo olor, el cantar de las ranas y la luz de un bello atardecer.
Al llegar el otoño, llego un frío intenso, como no se había conocido y un inverno aún más crudo.
Alex se refugió en su pequeño hogar y trato de reservar energías durmiendo. El frío se quedó y el invierno pareció durar una eternidad, su vida quedo estancada e invernar era su única opción, su agilidad no le permitía aventurarse a salir a por comida, así que solo durmió.
Nunca olvidará ese día en el que el sol calentó su casa y pudo volver a ver un amanecer. Al despertarse sintió que algo había cambiado, se sentía más grande y necesitaba más espacio para poder moverse. Sentía una energía que no había sentido antes. Cuando consiguió despertar del todo, se percató de que todo era más pequeño y que otras sin embargo parecían más grandes, algo en su interior le empujaba a saltar, sentía que quería volar
Cuando llegó aquel día al claro, sus vecinos se le acercaron como sí no le conocieran, muy interesados en conocerle, Soy Alex, les decía, es que no me reconoces, sólo han pasado unas semanas! Les decía sorprendido.
Paso el día muy animado, percatándose de como todo parecía haberse transformado.
Athenea, que oyó de su gran cambio acudió a saludarle y nada más verle pudo comprobar que Alex ya era por fin y en de verdad Alex.
¿Cómo estás? Le preguntó con entusiasmo.
Me siento mejor que nunca querida amiga. respondió Alex lleno de emoción al ver a quién había hecho posible que se sitiera mejor
Con una amplia sonrisa y las altas abiertas la bella búho le preguntó. ¿Has encontrado tus alas?
¿Alas? ¿Qué alas ? No te olvides que aunque me siento mejor, sigo siendo un caracol
Con un impulso que Alex no esperaba Athenea se alzó con Alex por el aire y dirigió al lago desde dónde le dijo, mírate bien Alex, fíjate en tu reflejo y observa tu gran belleza y tus deseadas alas, y desde allí le soltó.
Mientras caía al agua, oía a su amiga gritar
Nunca fuiste un caracol, siempre fuiste una mariposa, vuela Alex, vuela.
Recuerda que eres más de lo que crees
Lorena
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